¿Los árboles son capaces de resolver problemas y de comunicarse con el entorno que les rodea?

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FRACTALIDADES  | SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

Peter Wohlleben es un ingeniero forestal que trabajó 20 años en la Comisión Forestal de su país, dejó esa chamba de guardabosques para dedicarse a un proyecto que permitiera regresar a la naturaleza: los bosques primigenios. Tiene varios libros escritos en los que sistematiza sus observaciones, producto de más de dos décadas de investigación, que hacía a la par con su trabajo de guarda forestal. Además de sus actividades por la ecología que se expresan en el amor y el cuidado de los árboles, en consecuencia, de los bosques y los parques, desarrolla un gran trabajo de investigación sobre su práctica diaria, observando los nexos ecológicos de los árboles. Conocimientos que le permiten sostener que los árboles no solo se comunican entre ellos, sino que también lo hacen con nosotros los humanos, pero para entenderlos debemos aprender su lenguaje. De eso y otras cosas nos narra en sus libros.

En esta ocasión comentaremos el libro Comprender a los árboles. Wohlleben nos dice en su texto que los árboles son seres extraños, que son los seres vivos más poderosos de nuestro planeta, los más longevos, existen estudios que consideran que hay de más de cuatro mil años, pero poca cosa sabemos de esos gigantes. Eso no sucede en el mundo animal, ni en el de los seres humanos. Sospechamos que los árboles encierran algo más, que en su corteza guardan secretos que no podemos ver a simple vista. Una diferencia fundamental con los humanos es que los árboles son organismos sésiles, esto es que siempre están en el mismo lugar. También se calcula que las primeras actividades fotosintéticas empezaron hace 3 mil 500 millones de años, mientras que el hombre moderno, el homo sapiens, llegó a este planeta al final de las plantas y de los animales, hace apenas unos doscientos mil años. Esto es, llegamos al último, pero nos sentimos los más inteligentes.

En relación a las señales de advertencia que emiten las plantas, Wohlleben nos dice que los botánicos han observado en las sábanas africanas que los animales herbívoros se comportan de modo extraño con respecto a su alimento favorito, las hojas de las acacias: primero mordisquean durante varios minutos alrededor de un árbol, pero no hasta saciarse, la acacia impregna las hojas de sustancias amargas. Cuando a las gacelas y las jirafas deja de gustarles la comida, se desplazan entre unos 50 y 100 metros y atacan otro árbol. ¿Por qué entre 50 y 100 metros? Los científicos han descubierto que las acacias vecinas también llenan las hojas de sustancias amargas, y lo hacen en cuestión de minutos. Los animales lo saben y por eso recorre cierta distancia antes de proseguir con el festín. Lo que más intrigaba era cómo se enteraban las demás acacias del peligro inminente. La respuesta consiste en un gas, el etileno, que emite el primer árbol atacado. Esta señal de alarma química avisa a las acacias vecinas y provoca la correspondiente reacción defensiva.

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Pero a los científicos les cuesta trabajo aceptar que las plantas tienen también otras capacidades. En consecuencia, esto nos ha conducido a que el mundo agrícola y silvícola, en la naturaleza en general, veamos a las plantas más como objetos que como seres vivos, lo que facilita mucho el trato inhumano que les damos. Los misioneros cristianos hicieron talar, por tanto, todos los árboles venerados y plantaron santuarios de piedra sobre las colinas, para conseguir que los paganos fueran a misa.

Pero, por otra parte, es justo reconocer que ya en la actualidad aceptamos que los animales tienen derecho, pero las plantas y los árboles que llegaron primero a este mundo, no tienen derechos. Wohlleben sostiene que, al igual que las personas, los árboles expresan con su aspecto exterior cuál es su estado, de dónde vienen y a dónde van. Los árboles son seres sociales, y como ocurre en todas las sociedades, existen jerarquías. Las raíces son los órganos más enigmáticos de un árbol. Son sus patas y su boca, así como su corazón, captan agua y nutrientes y bombean la solución a través del tronco hasta las ramas. Y los hongos son seres extraños: constituyen un reino aparte del de las plantas y los animales. No realizan fotosíntesis y para obtener sus alimentos dependen, igual que los animales, de otros seres vivos. De estos temas y otros, nos comenta Wohlleben en sus libros.

¿Los árboles son capaces de resolver problemas y de comunicarse con el entorno que les rodea?

FRACTALIDADES  | SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

Peter Wohlleben es un ingeniero forestal que trabajó 20 años en la Comisión Forestal de su país, dejó esa chamba de guardabosques para dedicarse a un proyecto que permitiera regresar a la naturaleza: los bosques primigenios. Tiene varios libros escritos en los que sistematiza sus observaciones, producto de más de dos décadas de investigación, que hacía a la par con su trabajo de guarda forestal. Además de sus actividades por la ecología que se expresan en el amor y el cuidado de los árboles, en consecuencia, de los bosques y los parques, desarrolla un gran trabajo de investigación sobre su práctica diaria, observando los nexos ecológicos de los árboles. Conocimientos que le permiten sostener que los árboles no solo se comunican entre ellos, sino que también lo hacen con nosotros los humanos, pero para entenderlos debemos aprender su lenguaje. De eso y otras cosas nos narra en sus libros.

En esta ocasión comentaremos el libro Comprender a los árboles. Wohlleben nos dice en su texto que los árboles son seres extraños, que son los seres vivos más poderosos de nuestro planeta, los más longevos, existen estudios que consideran que hay de más de cuatro mil años, pero poca cosa sabemos de esos gigantes. Eso no sucede en el mundo animal, ni en el de los seres humanos. Sospechamos que los árboles encierran algo más, que en su corteza guardan secretos que no podemos ver a simple vista. Una diferencia fundamental con los humanos es que los árboles son organismos sésiles, esto es que siempre están en el mismo lugar. También se calcula que las primeras actividades fotosintéticas empezaron hace 3 mil 500 millones de años, mientras que el hombre moderno, el homo sapiens, llegó a este planeta al final de las plantas y de los animales, hace apenas unos doscientos mil años. Esto es, llegamos al último, pero nos sentimos los más inteligentes.

En relación a las señales de advertencia que emiten las plantas, Wohlleben nos dice que los botánicos han observado en las sábanas africanas que los animales herbívoros se comportan de modo extraño con respecto a su alimento favorito, las hojas de las acacias: primero mordisquean durante varios minutos alrededor de un árbol, pero no hasta saciarse, la acacia impregna las hojas de sustancias amargas. Cuando a las gacelas y las jirafas deja de gustarles la comida, se desplazan entre unos 50 y 100 metros y atacan otro árbol. ¿Por qué entre 50 y 100 metros? Los científicos han descubierto que las acacias vecinas también llenan las hojas de sustancias amargas, y lo hacen en cuestión de minutos. Los animales lo saben y por eso recorre cierta distancia antes de proseguir con el festín. Lo que más intrigaba era cómo se enteraban las demás acacias del peligro inminente. La respuesta consiste en un gas, el etileno, que emite el primer árbol atacado. Esta señal de alarma química avisa a las acacias vecinas y provoca la correspondiente reacción defensiva.

Pero a los científicos les cuesta trabajo aceptar que las plantas tienen también otras capacidades. En consecuencia, esto nos ha conducido a que el mundo agrícola y silvícola, en la naturaleza en general, veamos a las plantas más como objetos que como seres vivos, lo que facilita mucho el trato inhumano que les damos. Los misioneros cristianos hicieron talar, por tanto, todos los árboles venerados y plantaron santuarios de piedra sobre las colinas, para conseguir que los paganos fueran a misa.

Pero, por otra parte, es justo reconocer que ya en la actualidad aceptamos que los animales tienen derecho, pero las plantas y los árboles que llegaron primero a este mundo, no tienen derechos. Wohlleben sostiene que, al igual que las personas, los árboles expresan con su aspecto exterior cuál es su estado, de dónde vienen y a dónde van. Los árboles son seres sociales, y como ocurre en todas las sociedades, existen jerarquías. Las raíces son los órganos más enigmáticos de un árbol. Son sus patas y su boca, así como su corazón, captan agua y nutrientes y bombean la solución a través del tronco hasta las ramas. Y los hongos son seres extraños: constituyen un reino aparte del de las plantas y los animales. No realizan fotosíntesis y para obtener sus alimentos dependen, igual que los animales, de otros seres vivos. De estos temas y otros, nos comenta Wohlleben en sus libros.