La marcha del hartazgo: jóvenes contra un poder que ya no escucha
Miles protestaron por la inseguridad y la corrupción. El gobierno respondió con vallas y silencios, confirmando su miedo a perder el control.
Por: Jorge Arturo Estrada García | El tejido social está roto. Los ciudadanos vivimos inmersos entre el enojo y el miedo. Durante años, el discurso polarizante desde Palacio Nacional, se dedicó a dividir, estigmatizar y señalar enemigos en donde no los había. Lo hicieron con precisión casi quirúrgica: pobres contra ricos, pueblo contra élites, buenos contra malos. Y en esa guerra imaginaria, que inventaron para sostener su narrativa, la sociedad mexicana terminó fracturada. La inseguridad agobia a pueblos y ciudades, termina por completar los escenarios.
En la actualidad, los homicidios y las desapariciones ya no estremecen al gobierno. Para la llamada Cuarta Transformación, lo que antes era tragedia hoy es estadística, que habrá que maquillar. Incluso los medios, de información profesionales, debilitados y bajo presión, han reducido el dolor nacional a una rutina informativa. Es la normalización de lo intolerable. Y mientras tanto, a un año del nuevo gobierno, la luna de miel se rompió como un cristal que se estrella en el piso. No queda paciencia mucha. No hay carisma ni magia. Solamente la demagogia destaca y marca.
La indignación, ciudadana, estalló de golpe con el asesinato de Carlos Manzo. Las calles en decenas de ciudades se llenaron de jóvenes, familias, trabajadores y estudiantes que salieron a gritar, lo que antes murmuraban y chateaban: ¡basta! Y ahí apareció, fresca y furiosa, la Generación Z. Esa que muchos han subestimado. Esa que creían apática, distraída o indiferente. Fueron, ellos, quienes impulsaron una marcha nacional contra la inseguridad y contra las promesas, desgastadas, del gobierno morenista. Su irrupción marca un antes y un después.
La herencia, de Andrés Manuel, es tóxica y pesa como plomo El primer año de la presidenta ha sido, casi, una pesadilla. El hechizo se rompió. Lo único que queda de la esperanza de la 4T son las becas y la mirada autoritaria. La multiplicación de vallas metálicas que rodearon el Zócalo en la marcha del sábado es proporcional al miedo del poder. Del miedo a perderlo. Miedo a que el país despierte. Miedo a que la narrativa ya no alcance para ocultar lo evidente.
Los morenistas ya reniegan de la libertad de expresión, la misma que les permitió llegar al poder. Atacan, intimidan y amenazan a quienes cuestionan o reprueban sus acciones. En el Palacio Nacional no hay serenidad: hay irritación, preocupación y un nerviosismo palpable. Saben que el carisma ya no existe y que el apoyo popular se erosiona día tras día. Las presiones externas, persistentes y poderosas, de López Obrador y Donald Trump, los agobian. Y mientras tanto, las figuras más visibles de Morena se hunden en escándalos de corrupción que huelen a podredumbre y cinismo.
El gobierno está rebasado. Lo saben ellos y lo sabe el país. Las órdenes fueron claras: blindar el Palacio Nacional y entorpecer la marcha. El bloque negro, extraño y funcional al poder, se dedicó a provocar policías sin tocar comercios ni joyerías. Una señal inequívoca de que no eran agentes del caos, sino esquiroles del sistema. Su presencia dejó más preguntas que certezas.
El país se moviliza. Viene cosas interesantes. Veremos.