Entre la diplomacia y la amenaza: México frente al Trump en modo electoral

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El endurecimiento del discurso estadounidense contra los cárteles coloca a México ante decisiones críticas: cooperar bajo presión, resistir en nombre de la soberanía o enfrentar una escalada con consecuencias imprevisibles.

Por: Jorge Arturo Estrada | La relación México–Estados Unidos, entra a 2026 bajo una tensión inédita. Estará marcada por tres actitudes contrastantes y, al mismo tiempo, riesgosamente complementarias: la prudencia discursiva de Claudia Sheinbaum, el silencio estratégico —y aún muy influyente— de Andrés Manuel López Obrador, y la agresividad abierta de Donald Trump y su equipo. El tablero está en movimiento y no se trata solo de retórica. Se trata de poder, soberanía y cálculo político en ambos lados de la frontera. Son visiones casi opuestas entre los principales socios comerciales del mundo.

Desde su llegada, a la Casa Blanca, Donald Trump, ha decidido convertir a los cárteles mexicanos en el eje narrativo de su política exterior hemisférica. Su discurso no es diplomático ni gradual: es frontal, personal y electoral. Para Trump, el fentanilo, la migración y el crimen organizado forman un mismo enemigo, y México aparece como un socio incómodo, insuficiente o rebasado. La amenaza de ataques directos, incluso unilaterales, no son sólo palabras: es una herramienta de presión diseñada para exhibir fortaleza ante su electorado; y para condicionar a un gobierno mexicano, al que percibe vulnerable, ante las renegociaciones del T-MEC, tan vital para el desarrollo mexicano.

Frente a esa embestida verbal, constante, Claudia Sheinbaum ha optado por una estrategia de contención. Ella evita la confrontación directa, insiste en la cooperación bilateral y se aferra a los canales institucionales. Su tono es técnico, cuidadoso, casi quirúrgico. Pero, esa moderación también puede tener costos y límites. En Washington, la prudencia puede leerse como escasa disposición; y en México, como falta de firmeza. La presidenta, camina sobre una cuerda floja: necesita evitar una crisis internacional sin aparecer subordinada. Sin caer en un contexto en donde la soberanía vuelve a ser bandera sensible.

Por su parte, Andrés Manuel López Obrador, aunque formalmente fuera del poder, sigue siendo una presencia muy relevante. Su legado condiciona, casi, cada movimiento del nuevo gobierno. El discurso nacionalista, la militarización de la seguridad y la narrativa de resistencia frente a Estados Unidos siguen siendo suyos. Sin embargo, su silencio actual no es neutral:parace a la expectativa. AMLO, observa cómo su sucesora enfrenta un escenario que él ayudó a construir, con Fuerzas armadas fortalecidas, instituciones debilitadas y una relación bilateral basada más en las desconfianzas que en reglas claras de cooperación.

El equipo de Trump introduce un matiz importante. Marco Rubio, el poderoso Secretario de Estado, modera el lenguaje, pero no el diagnóstico: habla de territorios mexicanos “gobernados” por cárteles y los define como organizaciones terroristas. La Casa Blanca confirma que se analizan “medidas adicionales”. Es decir, la amenaza está institucionalizada. No es, solamente, un exabrupto de campaña. Es una línea de política exterior en construcción. Es una vía en donde la soberanía estadounidense se impone como prioridad sobre cualquier sensibilidad diplomática mexicana.

De cara a 2026, los escenarios son múltiples y ninguno es cómodo. El primero: una escalada retórica constante, con cooperación en inteligencia y presión política, sin intervención directa, pero con México permanentemente bajo advertencia. El segundo: operaciones selectivas, quirúrgicas, posiblemente con drones o acciones encubiertas, justificadas por Washington como “defensa propia”. El tercero, más extremo pero no descartable, sería una acción unilateral que provoque una crisis diplomática mayor, con efectos económicos, comerciales y políticos severos para ambos países.

En ese contexto, México enfrenta una paradoja. Necesita a Estados Unidos para crecer, comerciar y estabilizar su economía; pero, también, enfrenta a un socio que convierte su debilidad institucional en argumento de intervención. Desde Palacio Nacional se deberá decidir si se profundiza en la cooperación —con costos internos— o si endurece el discurso —con riesgos externos—. Mientras tanto, será evidente, que Trump seguirá empujando los límites. Porque en su lógica, la amenaza también gobierna. Y 2026 se perfila como el año en que esa tensión dejará de ser sólo verbal para convertirse en hechos.