Memín Pinguín: el cómic que nos hizo reír, pensar… y reconocernos más

memin nuestro amigo
Adncoahuila

En las calles polvorientas de la colonia Guerrero, de la Ciudad de México, entre vecindades, changarros y escuelas públicas, nació uno de los personajes más entrañables —y también más polémicos, en la actualidad tan cambiante— de la historieta mexicana: Memín Pinguín, el niño travieso, mal estudiante, leal hasta la médula y, sobre todo, entrañablemente humano. Su historia, escrita por la prolífica Yolanda Vargas Dulché en 1943, es un espejo color sepia de una nación que apenas se buscaba a sí misma después de la Revolución.

Memín no nació de la imaginación pura. Vargas Dulché se inspiró en su entorno, en niños cubanos que conoció en un viaje y en el cariño que sentía por su esposo, de donde derivó el nombre del personaje. “Memín” venía del apodo de Guillermo de la Parra Loya, mientras que “Pinguín” era una derivación coloquial de “pingo”, ese término mexicano para los niños traviesos. El trazo original corrió a cargo de Alberto Cabrera, con líneas suaves, redondeadas y una estética más caricaturesca que naturalista.

El personaje debutó en la revista Pepín, dentro de la serie Almas de niño, pero pronto rebasó su espacio inicial. Junto a sus amigos Ricardo, Carlangas y Ernestillo —cada uno reflejo de distintos estratos y personalidades mexicanas—, Memín vivía aventuras en donde la pobreza, la discriminación, la familia, la escuela y la amistad eran el pan de cada día. No se trataba de superhéroes ni de mundos lejanos, sino de calles reales, con niños reales, en situaciones reales.

Cada uno de los cuatro protagonistas encarnaba un perfil social y emocional. Ricardo, el niño rico, educado y generoso, a veces pecaba de clasista. Carlangas, el simpático grandulón, metía al grupo en líos con su impulsividad. Ernestillo, el más pobre, era también el más serio y aplicado. Y Memín, con su carisma desbordado, conmovía tanto como exasperaba: torpe, perezoso, inteligente, buen amigo, lleno de ocurrencias y alegría.

En 1962, el trazo cambió de manos. Sixto Valencia Burgos le dio al personaje la apariencia definitiva: ojos grandes, labios gruesos, cuerpo pequeño. Fue también el momento en que Memín se convirtió en fenómeno editorial. La editorial EDAR, fundada por Dulché y su esposo, imprimía millones de ejemplares semanales. Para finales de los años sesenta, Memín Pinguín era, sin discusión, el cómic más vendido en México.

Pero el éxito vino acompañado de controversia. En los años 2000, en plena era de la corrección política global, Memín fue acusado de perpetuar estereotipos racistas. Su diseño físico, su torpeza, su representación como el “niño negro, pobre y tonto” fue visto por algunos como ofensiva. Sin embargo, defensores del personaje aseguraban que, lejos de ser una caricatura denigrante, Memín era un canto a la dignidad humana en condiciones adversas.

Y es que si algo hacía el cómic era provocar empatía. A través de situaciones escolares, familiares y callejeras, los lectores —niños y adultos— aprendían sobre injusticia, sobre lealtad, sobre el valor del esfuerzo. En su escuela, la Benito Juárez, los conflictos abordaban desde el racismo hasta el abandono, desde el clasismo hasta el perdón.

La serie original tuvo 362 números. En el último, un adivino relata la historia del grupo desde el inicio, cerrando el ciclo narrativo y dando a entender que todo vuelve a comenzar. Como si Memín, eterno como los ídolos populares, nunca pudiera morir del todo. Desde entonces, ha sido objeto de reediciones, estudios académicos y hasta homenajes visuales.

Hoy, hablar de Memín Pinguín es hablar de una época. De un México que luchaba con sus contrastes, que aún se escribía en blanco y negro pero soñaba en technicolor. Para muchos, Memín fue el primer libro que leyeron, la primera risa que soltaron con un personaje, la primera lágrima ante una injusticia dibujada. Para otros, es un símbolo incómodo de lo que fuimos y de lo que aún no resolvemos.

¿Fue Memín un retrato fiel, de una época del México que crecía o una caricatura cruel? Tal vez fue ambas cosas. Pero lo cierto es que, más de 80 años después de su creación, sigue generando conversación, memoria y preguntas. Y en el fondo, ¿no es eso lo que hace grande a una obra?