A Saltillo la queremos mucho y la cuidamos poco

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Somos amantes distantes, distraídos y muy egoístas colectivamente; y sin embargo, podría decirse que los saltillenses podemos nacer en donde sea y finalmente la vieja ciudad, tan llena de defectos, nos adoptará, nos dará techo, educación y sustento. Felicidades a la Villa de Santiago del Saltillo, por un aniversario más.

Por: Jorge Arturo Estrada García.

Saltillo fue un paraíso. Un oasis en el semidesierto plagado de pinos, surcado por arroyos, salpicado por manantiales que brotaban de poderosos ojos de agua. Que proporcionaban vida a cientos de especies animales. A lo largo de los siglos, los saltillenses nos hemos encargado de destruirlo. Las élites han construido sus fortunas mediante la especulación con tierras y aguas; y explotando mano de obra barata. Los fundadores lo hicieron despojando y esclavizando a los milenarios habitantes del valle. Posteriormente se hizo en haciendas y posteriormente en fábricas con sueldos bajos. Somos una sociedad depredadora del medio ambiente y lo llamamos progreso.

La sierra de Zapalinamé es lo único que queda de aquel oasis y persistimos en su destrucción. Nuestros alcaldes, sus socios y sus familiares, se han dedicado a llenarla de decenas de miles de casitas, amenazando al reservorio de agua que le da vida a nuestra ciudad.

A través del tiempo, algunas asociaciones y particulares han dedicado esfuerzos y recursos a cuidar la flora y la fauna de esa sierra. Osos, coyotes, guajolotes, cotorras, entre otros, han sido protegidos o reintroducidos. Miles de pinos han sido sembrados, pero no son suficientes. 

 La capital de Coahuila es una ciudad con reservas de agua limitadas. Las fugas en las redes de distribución tiran el 40 por ciento del líquido que se les inyecta. El sistema de agua local fue privatizado en una serie de acciones que se mantienen en la opacidad, en las que están involucrados los más relevantes hombres de empresa locales.

Las aguas tratadas, también son negocio privado. Pero, no son reusadas y se desperdician tirándolas a los arroyos. Las industrias de todos tamaños usan agua limpia para sus procesos, a veces de la red, a veces de sus propios pozos legales e ilegales. Los arroyos que cruzan el antiguo oasis reciben aguas negras de las industrias y de varios fraccionamientos desde hace décadas. Actualmente, conducen aguas residuales envenenadas. Nadie se ocupa por arreglar la situación, ni el ayuntamiento ni los socios españoles. Tampoco los ciudadanos.

La voracidad de los fraccionadores no tiene límites. Pero, ni siquiera desde la comodidad del facebook somos capaces de reaccionar y protestar.  El lema del escudo de armas de la ciudad debiera decir: Hombres Fuertes, Tierra Rica, Clima Benigno y Malos Alcaldes.

Enamorados de una ciudad que destruimos y ensuciamos cada día, los saltillenses repartimos elogios a los escasos edificios que han sobrevivido a  la “modernidad”. Los consideramos grandes atracciones turísticas, más por amor que por cualquier otra cosa. Salvo la bellísima catedral, lo que nos queda del pasado colonial y del siglo XIX, no se compara con hermosas ciudades virreinales como Morelia, Zacatecas, San Luis Potosí y Puebla, entre otras. En ellas se respetaron muchos edificios y se han rescatado sus Centros Históricos en forma magnífica. El nuestro, es sucio y está muy descuidado.

Si quisiéramos tanto a Saltillo, la cuidaríamos más. Si la quisiéramos como lo presumimos, no se la encargaríamos a personajes que solamente están interesados en hacer negocios y fortunas aprovechando el cargo público.

La vida de Saltillo ha sido difícil desde el momento de su fundación. La prosperidad ha sido esporádica y de corta duración. Nunca habíamos conseguido un progreso y una competitividad sostenida. Sin embargo, el clúster automotriz que nos da vida lleva 40 años y ya está desgastado Aunque, ha sido lo mejor que nos ha pasado ya es tiempo de evolucionar.

Saltillo fue fundada en tierra de Guerra Viva. En tiempos recios y crueles, Fue un paso peligros hacia el corazón de la región de la Gran Chichimeca. Alberto del Canto fue el tipo indicado para cumplir la misión encomendada. Luego, por voluntad propia decidió cuidar a la frágil villa para que no se despoblara ni desapareciera bajo los ataques de los feroces guachichiles. Nunca regresó a sus islas natales, ni buscó un lugar más lucidor para vivir. Llegó en 1577 y fue el primer alcalde. Él nunca la abandonó, siempre la defendió con sus armas y su sangre, y aquí murió en 1611; recién lo acababan de elegir alcalde otra vez. Seguramente, fue el mejor alcalde que Saltillo ha tenido.

La explotación de los recursos, al estilo europeo, y la consolidación de la Villa de Santiago del Saltillo, fue una historia de guerra, crueldad y muerte que duró más de 200 años. En nada se parece a la de la conquista de Tenochtitlán y la caída del Imperio Azteca, que en un par de años fue liquidado por Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas.

Durante siglos no se conoció el nombre de Alberto del Canto como fundador de la Villa. El acta se extravió. Los historiadores repitieron, cientos de años, que fue Francisco de Urdiñola. El sitio exacto de la fundación también es un misterio. Unos sostienen que fue en el ojo de agua, uno de cientos, junto a la actual iglesia de ese barrio. Mientras que otros, señalan a la planicie de la plaza de armas, en donde se repartieron solares y se construyeron una iglesia, una casa de gobierno y los hogares de los portugueses y vascos fundadores. El exgobernador, Oscar Flores Tapia, fue quien determinó que la fecha de fundación oficial sería el 25 de julio de 1977.

Sin embargo, no tenemos un lugar digno que conmemore la fundación, ni siquiera una estatua del tal Alberto del Canto, nativo de Terceira, una de las Islas Azores de Portugal. En contraste, Monterrey tiene estatuas para sus tres fundadores: Alberto del Canto, Luis Carbajal y de la Cueva y de Diego de Montemayor. Su lugar de fundación es señalado por el impresionante Paseo Santa Lucía, enmarcado por la Macroplaza y la Fundidora. Monterrey tuvo que ser fundado 3 veces, Saltillo sólo una. Es así, desde esos símbolos como fortalecen los regios su identidad y orgullo.

En 1577, Del Canto repartió toda la tierra y el agua del valle a menos de 20 personas. Desde entonces estos elementos naturales tienen dueños. La historia de Saltillo ha sido sumamente complicada. Para sobrevivir, los recién llegados, capturaron a los chichimecas y los vendieron como esclavos, exportándolos al Caribe. Ya no tenemos grupos indígenas originarios de la entidad, los exterminaron. Posteriormente, en 1591, se importaron tlaxcaltecas para apoyar en la defensa de la villa. Se les instaló al poniente de la acequia que bajaba por lo que ahora es la Calle Allende, su iglesia fue San Esteban al igual que el nombre de su pueblo. Así, tuvimos una ciudad hermana que poco se conoce; San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Posteriormente, la siembra de trigo, de maíz, la ganadería y el comercio con Mazapil y Zacatecas se volvieron las actividades relevantes del valle. Los aventureros no encontraron aquí, ni ciudades de oro ni montañas de plata.

Al salir de la colonia, Coahuila perdió Texas. Durante la invasión norteamericana nos ocuparon durante un año. En 1856, nos anexaron a Nuevo León. En 1864, Benito Juárez le regresó a Coahuila su autonomía, con Saltillo como capital. La revolución nació en Coahuila, y de Saltillo salió Venustiano Carranza con permiso del congreso para combatir al usurpador Huerta en 1913.

A principios del siglo XX vivimos de la burocracia, del comercio, de hacer sarapes y cobijas, de textileras en La Aurora, la Libertad y Bella Unión. Más delante, de sembrar maíz y frijol y comerciar chivas e ixtle; luego, de hacer cazuelas y codos para tuberías. Torreón progresó más rápidamente que la capital, sus industrias y los talleres ferroviarios crecieron a la par de la bonanza algodonera la proyectaron a nivel nacional, tuvieron el empuje de una comarca unida. Toda la primera mitad del siglo 20, Torreón fue la ciudad más importante y poblada de Coahuila, hasta el carbón del norte de la entidad fue más importante en lo económico para la entidad.

A Saltillo la queremos mucho y la cuidamos poco. Somos amantes distantes, distraídos y muy egoístas colectivamente. Es claro que el esfuerzo individual la ha sacado adelante durante siglos. Múltiples generaciones de migrantes de todas entidades, y extranjeros, han construido el progreso del Saltillo moderno.  Pese a lo que muchos opinan, lo mejor de esta ciudad es su gente. Pero nos falta mejorar más rápidamente.

La nuestra, es una ciudad que se debate entre el cariño que despierta en sus habitantes y la apatía de estos. Colectivamente no se toman decisiones. Es una ciudad en la que siempre ganan y gobiernan los mismos, sin necesidad de que los ciudadanos acudan a las urnas. Esos sujetos se presentan con distintos partidos, pero con las mañas de siempre.

Son los cachorros de la revolución y de las familias felices, que sin ideologías y con escasos valores, conviven en los negocios y los clubes sociales. Los pleitos entre ellos son simulados. En los negocios son socios y aliados. Ahora se volvieron vinicultores.

Pareciera que no le simpatizamos a nadie. En un tiempo, los monclovenses y los norteños, prefirieron anexarse a Nuevo León antes que aceptar que fuéramos la capital. Los laguneros desean independizarse cíclicamente. Y, sin embargo, en Saltillo, ellos han sido bien recibidos y convertidos en saltillenses. Somos cuna de pocos, pero casa de muchos. Podría decirse que los saltillenses podemos nacer en donde sea y finalmente la vieja ciudad, tan llena de defectos, nos adoptará, nos dará techo, educación y sustento. Felicidades a la Villa de Santiago del Saltillo, por un aniversario más.