La política del poder absoluto: López Obrador y la transformación de México en la era de la 4T

amlo lopez portillo echeverria
Adncoahuila

Por: Jorge Arturo Estrada | El poder no corrompe, simplemente refleja cómo eres. El presidente Andrés Manuel López Obrador se convirtió en un personaje muy poderoso. Se presentó como un político honesto. Aunque, luego de cinco años de gobierno, ya está claro que no lo es. La corrupción, también será una marca de su sexenio. Ya quedaron al descubierto demasiados casos. Su obsesión, es pasar a la historia como una figura relevante y retener el poder, aunque sea a través de su sucesora.

Así, a medida que llegaron los triunfos electorales, y posteriormente, las encuestas “cuchareadas”, que le inflan el ego, López Obrador, se fue llenando de soberbia. Se siente intocable e inapelable. Presume ser amado por “el pueblo bueno”, a quienes distribuye miles de millones de pesos cada mes. Su proyecto personal es imponer como su sucesora a Claudia Sheinbaum. Así va avanzando, atropellando leyes y adversarios que se le atraviesan en ese camino.

Su desempeño ha sido malo. Su gobierno es una tragedia, que deja al país sembrado de más de un millón de tumbas en exceso. Sus ocupantes son mexicanos que no debieron morir, si se hubiera atendido con seriedad y eficiencia a la pandemia; si se hubiera detenido a los grupos criminales que asesinan a más de 80 personas cada día. Y, también, si no se hubiera destruido el sistema de salud, y estuvieran disponibles los servicios médicos y las medicinas para los ciudadanos.

Las mentiras, las traiciones y la corrupción son las herramientas para acceder al poder, y también, para operarlo y conservarlo. Para hacer política en México es indispensable contar con mucho dinero. Casi todo está a la venta, pero casi todo es caro. El presidente López Obrador lo sabe, pasó media vida repasándolo.

De esta forma, ahora bajo esas premisas, gobierna y destruye estructuras. El proyecto de poder populista que erige Andrés Manuel, la 4T, es la Presidencia Imperial restaurada al estilo viejo PRI. Además, está en temporada de elecciones no quiere críticas y desvía el debate mediático. No le gusta que se hable de sus fracasos, de sus muertos y de corrupción.  No quiere soltar el poder.

Es así, como el presidente intenta la regeneración profunda del Estado mexicano, para que sea como el que imperaba en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. En los estertores del viejo PRI, antes de la tecnocracia y el neoliberalismo. El del poder presidencial absoluto, sin contrapesos. Eso añora y en eso se empeña.

Su estilo personal de gobernar resultó tóxico. Es un gobierno populista que domina el proceso de la comunicación. Que doblegó a los medios de información y a las encuestadoras aprovechando las coyunturas actuales.

Ahora, en plena campaña electoral, fiel a su estilo, inserta los temas que distraigan a la opinión pública de esos enormes fracasos gubernamentales en seguridad, salud, calidad de vida, escándalos de corrupción y endeudamientos. Le molesta que le señalen que ya agotó las reservas financieras y los fideicomisos, generados por décadas; también, que le señalen que la CFE y Pemex están en quiebra y son barriles sin fondo. Y que su gestión está manchada de corrupción.

En su esquema de poder, para él basta ganar una elección, y manipular las siguientes, para sentirse legitimado y amado por el pueblo bueno, para siempre y para todo. No le importa mentir, robar ni engañar. Cada día construye su Cuarta Transformación mientras debilita a las instituciones y los contrapesos que los ciudadanos generaron durante décadas. Le molesta rendir cuentas, le enfada someterse a la constitución, a sus leyes y a sus poderes. Los mexicanos somos fatalistas y apáticos, el abstencionismo es nuestro mecanismo de defensa. El 2024 estará en juego la vida democrática que tardamos muchas décadas en construir. El ambiente político está caldeado. Veremos.